AHI ESTAN TODOS, EN ALGUN LUGAR - F x A


Ahí están todos, en algún lugar. Las luces apagadas, el humo flotante, las risas y los murmullos, el silencio. The Doors de fondo, El Fin, su mejor canción, la oscuridad impenetrable, el sonido que explota. La serpiente de siete millas, las puertas de la percepción, el piso de madera, la Maribel que me grita desde una atmósfera diversa, pero yo no la escucho y me escapo a otra dimensión.

Ahí están todos, puedo verlos, en algún lugar. Un instante, un segundo, una vida en la memoria. Este es el fin, lo es amigo, nuestros elaborados planes perderán su color y años adelante tan sólo el recuerdo emergerá de nuestras pupilas de adolescentes bajo tierra. Un quejido, mi hermano que sangra, desde adentro, desde su alma, es el rock and roll, las guitarras y las baterías, es el ron con coca – cola, son las hiervas medicinales.

Un cigarrillo, todos quieren uno, pero ya no quedan, y es muy tarde para ir de compras. Resignación, silencio, concentración, un rito conocido, un escape de madrugada, danzas indígenas en la cabeza de Magnesio, chicas hermosas en la de Pitón, Vielma que corre en fantasía su mejor ola, Roberto que sueña con una revelación.

La música se transforma en un clima ancestral, las sensaciones, el deseo, el miedo. Resguardados estamos, en el ocaso de un fin de semana, todos juntos en una sola identidad. La voz de Morrison, las velas del pasillo, un poema en el suelo, incienso, ceniceros, cenizas, el piso de madera, y yo ahí, tirado de espaldas en ese piso, bajo la mesa del comedor, escondido y ausente, en medio del espacio, sin estrellas y sin lunas, con los ojos abiertos, pero soñando muy lejos de ahí, realmente muy lejos, tanto que el mundo se ha olvidado de mi. Reacciono: meto la mano en un bolsillo y saco un cigarro, el único que queda, el que todos desean. Y lo enciendo, la oscuridad me protege, es mi momento, es mi planeta. “Sabía que tenías un cigarro”, me dice Coll, y ríe, y me abraza, y recuerdo, el recuerdo, ella está recostada junto a mi, pegada a mi cuerpo, pegada a mi calor, en el interior de mi ausencia, caminando en mi planeta, como siempre ha sido, como de costumbre, ella y yo, nuestro pacto de sangre, de amistad sin condiciones. Una fumada, dos, le extiendo la mano y toma el cigarro, me besa una mejilla, me da las gracias, yo sonrío, ella no puede verme, pero igual me ve, porque sólo ella me conoce, y sólo yo la conozco a ella, sólo yo he visto la fragilidad de una niña rebelde de mil años. “sube al bus azul nena, el bus azul, tú lo conoces, sube al bus azul”, Morrison que atenta, que nos empuja, nos alienta. Su mano, la mía, la traición. Doy media vuelta, ella da media vuelta también, y frente a frente, con nuestros espíritus mezclados, nos besamos largo rato, en la oscuridad, en el sueño, y me dice te quiero, por primera vez ella lo dice, y yo sólo sonrío, y aunque nada se ve ella puede verme, y otra vez, el pacto se ha roto, y el secreto crece, en medio de una lenta canción.

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