Aires de Tragedia - Sereg Luin

Anoche tuve un sueño extraño, de esos que te mantienen al filo entre despertar y continuar sumergido en el eter. Recuerdo que había una morgue dentro de una empresa de correos o algo así, algo bien insólito, personas muertas, cartas que iban y venían y una señora inescrupulosa que no tenía reparo en ganar unos buenos pesos a costa de sus “insumos de trabajo” como les llamaba. Mi personaje en el sueño pertenecía a la oficina de correos, no como cartero, más bien una especie de ejecutivo de las cartas, pero secretamente inicié tratos con la dueña de la morgue enterándome de actos tan viles como la muerte de su propio hijo a costa de beneficios pasajeros. El asunto es que el sueño tenía sus idas y venidas que me obligaban a mantenerme en el limite de estar despierto.


Así fue cuando lo que convoca este escrito ocurrió. Lejos en la ciudad, comencé a sentir una sirena de emergencia, una, dos, cinco veces hasta que se detuvo, a esa altura ya tenía la seguridad de haberme despertado. Luego un largo silencio se apoderó del ambiente. Entonces comencé a pensar que pudo haber estado anunciando esa sirena. Lo primero que vino a mi mente fue un Tsunami (y eso que manejo algo de conocimiento acerca de tsunamis). En el fondo sabía que eso no podía ser posible, no había indicio de Terremoto o algo que hiciera presagiar que el mar desataría su furia. Sin embargo de toda maneras lo imaginé (acababa de despertar por sino lo había mencionado). Comencé a pensar que haría en una situación así, miré a mi lado y mi pareja dormía placidamente, de seguro no estaba soñando con morgues y mucho menos con las malditas oficinas de correo. Más allá estaba mi hijo durmiendo en su cuna, él si que sabe dormir a sus seis meses, imagino que sus sueños no van más allá de risas, leche y colores. Pero yo estaba despierto, cercano a las cuatro de la madrugada, con los ojos pegados al techo esperando que una ola gigante arrasara con todos los sueños de la habitación. Nada de eso ocurrió y de haber sucedido un Tsunami dudo que llegara hasta mi casa que queda a buenos kilómetros de la playa.


Ya más tranquilo entre mis sabanas pensé en todas aquellas personas que viven en países en conflicto, en el medio oriente, golfo arábico y esas regiones, que temor deben sentir de una sirena como la que yo había escuchado. De seguro allá no son motivo de dudas o de posibles tsunamis, lo más probable es que el sonido de alerta esté asociado a un comportamiento ya adquirido de todos quienes la escuchan, acompañado de un miedo y una incertidumbre si sobrevivirán a esa noche, si la bomba caerá en su casa o la del vecino, si patearán su puerta o las balas pasarán por afuera. Una verdadera pena, compasión de madrugada hacia tierras en conflicto, un repaso a mi vida y un profundo agradecimiento por vivir en una tierra tranquila, sin tsunamis y sin guerras.


Finalmente el silencio que mencionaba acabó, numerosas sirenas de bomberos voluntarios rompieron mi cadena de pensamientos. En otro lugar, a esa misma hora, en mi misma ciudad, una familia clamaba por auxilio y sus propios sueños se consumían en llamas.

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