Se presentó a la audición con la nariz roja y los ojos              brillosos. El pañuelo de papel con el que se secaba las gotitas              que le caían de la nariz, se había convertido en un              bollito diminuto.
           La sala de espera estaba llena y no encontró lugar para sentarse.              Con las piernas que le dolían como se hubiese acabado de correr              una maratón, se dirigió hacia el rincón menos              concurrido y se sentó en el piso con sumo cuidado. Un murmullo              intermitente invadía el ambiente y todos tenían un libreto              sobre la falda o en las manos. Cada tanto se cruzaba con alguna que              otra mirada, no de curiosidad sino más bien de recelo. Todos              contra todos, pensó, como pasaba siempre en estas ocasiones.
           De repente, logró sacar a esa marea de gente de sus lucubraciones              con un golpe de tos que parecía escapar de una caja de resonancia.              Sintió los ojos de toda la sala que la miraban mitad con desprecio              y mitad con algo parecido a la compasión. Se odió a              ella misma y pensó cuántas veces se había sentido              de esa manera en situaciones semejantes.
           La cabeza le estallaba de dolor y estaba abombada y al límite              de sus fuerzas. Si no hubiese sido porque necesitaba trabajar desesperadamente,              no se hubiese presentado a esa audición por nada en el mundo.
           Cuando sintió su nombre, se desesperó sobresaltada de              una improvisada siesta, con las sienes que le latían como música              de fondo y un dolor de garganta tan agudo que le impedía tragar              la saliva.
           Se encaminó hacia la puerta entreabierta en la que una mujer              muy delgada y alta la esperaba fumando un cigarrillo. Entró              a una sala en penumbras con una mesa rectangular en el medio iluminada              por tres lámparas metálicas de las que se desprendía              una luz enceguecedora que le hizo pensar más bien a una sala              de interrogatorios. El humo era insoportable y a pesar de querer evitarlo              con todas sus fuerzas, se le escapó otro ataque de tos.
           Un hombre de barba le pidió que se sentara frente a ellos.              De la penumbra salió un muchacho de pelo largo que se acomodó              a su lado con el libreto apretado debajo del brazo. Le preguntó              donde tenía el suyo y ella balbuceó que lo había              olvidado en casa. Una mano por sobre su hombro le alcanzó una              copia y el tipo con la barba le pidió que lo abriera en la              página 47. Debía leer la parte de Silvia, mientras el              muchacho de aspecto rebelde sería evidentemente Rodrigo. Comenzó              él leyendo unas pocas líneas y el silencio se apoderó              de la sala. Le tocaba a ella. la voz que salió de la boca no              le pareció la suya, sonaba nasal y grave como si alguien se              hubiese apoderado de sus cuerdas vocales. Dijo unas pocas frases de              corrido, él la interrumpió con un timing perfecto, atacándola              como preveía la escena y ella le contestó defendiéndose              como pudo, sus brazos crispados en un auto-abrazo para calmar el temblor              febril que la agitó inesperadamente. Recitaba sin leer el guión,              con seguridad. Sus inflexiones, su hastío, su evidente agotamiento              eran perfectos, casi sublimes. Antes de pronunciar la última              palabra se largó a llorar con total espontaneidad, sin dramatismos.              La mujer delgada y el hombre de barba se miraron con evidente satisfacción              y fue el tipo quien le dijo: -La parte es suya, señorita! Incrédula              les agradeció como pudo. Se paró con dificultad y mientras              buscaba a tientas la salida pensó que la parte era de la gripe,              no suya. La certeza de no poder repetir la escena sin la gripe la              angustió tanto que se sorprendió a sí misma rogando              que no se le pasara nunca.
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Hace 5 años
2 TODO ES OPINION!!!! ZONA DE COMENTARIOS:
Ojala que algun dia Vero, pueda volver a abrir su corazon y escribir de nuevo con su alma maravillosa. Ese dia cualquiera que sea, estare yo aqui para leerte, como siempre. GRQ
hernán de La Plata dijo:Te felicito Verónica, sencillamente cierra perfecto. Pese a la distancia y a estar inmersa en un ambiente tan distinto, no has perdido el manejo del idioma castellano.espero volver a leerte.
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